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La próxima revolución digital que se nos viene encima
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La próxima revolución digital que se nos viene encima

Decía Heráclito, el filósofo griego del siglo VI A.C., que “la única consta

Decía Heráclito, el filósofo griego del siglo VI A.C., que “la única constante es el cambio”. Y es sorprendente ver cómo veinticinco siglos después, esta cita sigue más vigente que nunca.

Aquellos que vivimos inmersos en el mundo digital, ya sea como usuarios de la tecnología o protagonistas en primera línea, nos hemos acostumbrado a una vorágine continua, así que no tenemos la calma para mirar hacia atrás, tomar perspectiva, y analizar el camino que hemos recorrido en los últimos años.

Primera revolución: un ordenador en cada hogar.

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Eso decía Bill Gates allá por los años 80. Y efectivamente podríamos decir que ese slogan marcó el inicio de una primera revolución. No es que aquí naciera la computación, ni mucho menos, si no que hasta este momento, la computación era un privilegio de las grandes corporaciones y universidades y sólo al alcance de unos pocos profesionales o académicos afortunados. Sin embargo, con la llegada de los ordenadores a los hogares, un nuevo panorama se estaba gestando: muchos niños (entre los que yo me encuentro), empezaron a juguetear con esos aparatos, y muchos adultos tuvieron su primer contacto con el mundo digital, a través de ese nuevo invitado con cara cuadrada y color fosforescente. La semilla ya estaba plantada.    

Segunda revolución: Internet

Durante la anterior etapa, los ordenadores hogareños actuaban como elementos aislados, capaces, como mucho, de recibir y enviar información a través de sus disqueteras. De hecho, no era raro ver el tráfico que disquetes, muchos de ellos plagados de virus, entre los chavales de la época. Sin embargo, durante los años 90 se gestó la siguiente gran revolución: las redes de telefonía servirían como autopistas de información para que esos ordenadores empezasen a intercambiar datos con otros ordenadores de otras partes del mundo. Primero datos en forma de texto simple, luego imagen, y más tarde formatos más avanzados como mapas, voz, video, etc. La capacidad transformadora de esta revolución ha sido tal, que se ha equiparado a la Revolución Industrial del siglo XIX. Nada sería igual a partir de ese momento.  

Mobile2.jpgTercera revolución: la movilidad

Y ya en la primera década del siglo XXI, nos encontramos con la tormenta perfecta: las computadoras se hacen cada vez más pequeñas, hasta el punto de ser capaces de integrarlas en un dispositivo del tamaño de la palma de nuestra mano, y las comunicaciones inalámbricas se hacen accesibles al gran público, permitiendo que cualquiera tenga hoy en día un pequeño ordenador de bolsillo conectado a Internet las 24 horas del día. Y cuando decimos “pequeño”, nos referimos a su tamaño físico, ya que un smartphone de última generación, multiplica por cientos de miles la potencia de cálculo del ordenador que llevó al hombre a la Luna.

Así que el ordenador deja de ser una herramienta para ciertas horas del día, sólo para algunas tareas, y pasa a ser una extensión de nuestro cuerpo, un “cuasi ciber implante”(aunque para algunos podríamos omitir el cuasi), que nos guía, aconseja y asiste en las tareas más cotidianas: comunicarnos, informarnos, guiarnos por la ciudad, adquirir productos y servicios...

Y estos smartphones están transformando, para bien o para mal, nuestras vidas, nuestra sociedad y la forma de relacionarnos con los demás.

¿Y qué podemos esperar del futuro?

Y ahora que hemos hecho nuestro ejercicio de retrospectiva, la pregunta obligada es: ¿y ahora qué? ¿qué nos depara el futuro a nosotros y a nuestros hijos? ¿cuál podría ser la próxima gran revolución digital que se nos viene encima?

Aunque la predicción del futuro es un ejercicio ciertamente arriesgado, vamos a atrevernos a dar algunas pinceladas de lo que parecen ser las tendencias digitales para los próximos años (o quizá meses, quien sabe), y vislumbrar las revoluciones que nos esperan:

  1. La revolución de la ultra movilidad: los dispositivos siguen haciéndose cada vez más pequeños, así que veremos ordenadores cada vez en más sitios: dispositivos portables (wearables) en forma de reloj, pulsera, integrados en la ropa, en los zapatos, etc. Quizá en el futuro no sea necesario llevar una pulsera que cuente nuestros pasos, sino que nuestras zapatillas de deporte ya incluyan ese hardware (y software).
  2. La revolución del realismo: tras las promesas de la realidad aumentada (que hemos podido ver resucitadas hace unos meses con el fenómeno Pokemon Go), parece que la realidad virtual está llegando a un punto de madurez. Ciertas industrias, como el sector inmobiliario, el ocio, la cultura, o la formación, donde es necesario vivir una experiencia envolvente y presencial para acceder a los servicios, esperan con los brazos abiertos esta revolución. La apuesta de Facebook comprando la empresa Oculus (y contratando a las mentes más brillantes del panorama tecnológico) puede interpretarse como un signo de ello: quizá en unos años la forma de interactuar con la tecnología no sea a través de botones y pantallas táctiles, sino moviéndonos por espacios virtuales.
  3. La revolución de la robotización: aparecerán ordenadores y automatismos “inteligentes” en aquellos espacios donde todavía no se haya producido ninguna transformación profunda: coches inteligentes, continuamente conectados a Internet, o incluso capaces de conducir de forma autónoma, drones que sobrevuelan nuestras ciudades vigilando el tráfico o repartiendo mercancías, terminales de autoservicio que nos atienden en los restaurantes, robots que limpian nuestra casa, intercambiando datos con otros dispositivos de nuestro hogar, televisiones inteligentes que responden a nuestra voz y son capaces de seguir (y también almacenar y analizar) nuestras conversaciones… lo que viene llamándose “el Internet de las cosas”. La robotización está en máximos históricos, hasta el punto que los políticos empiezan a preocuparse por quién pagará los impuestos en las próximas décadas, cuando la mayoría de los trabajadores sean robots (pista: parece que los robots también acabarán pagando sus impuestos, como buenos ciudadanos que son).
  4. La revolución de la inteligencia artificial: hasta ahora podríamos decir que los ordenadores estaban ocupados, en su mayor parte, en manipular y almacenar datos (siguiendo para ello un conjunto de instrucciones prefijadas): al fin y al cabo, una computadora no deja de ser una gran calculadora a la que se le ha dicho qué operaciones debe ir realizando en cada momento. Sin embargo, estamos llegando a un punto en que las promesas de la Inteligencia Artificial se empiezan a cumplir. La gran calculadora es capaz de decidir cuál es la mejor operación para cierta situación, y adaptarse continuamente según el contexto o la situación cambie. Disciplinas como el Deep Learning están consiguiendo que los ordenadores sean capaces de aprender de los propios datos que ellos (u otros ordenadores) generan, llegando a conclusiones que difícilmente la inteligencia humana podría haber llegado (y además, en una fracción del tiempo). Es tal el potencial de estas tecnologías, que gigantes como Google empiezan a anunciarse como empresas AI-first, incluyendo estas disciplinas como la base de sus planes de futuro. Por si fuera poco, en los últimos meses Facebook, Apple, Google y recientemente Microsoft, han iniciado una carrera por conquistar el terreno de los interfaces conversacionales, es decir: apps de mensajería, al estilo Whatsapp o Messenger, en los que al otro lado de la conversación no hay una persona, sino un sistema (bot, llamado en el argot) que es capaz de entender nuestros mensajes y responder de forma coherente. Que nadie se extrañe si acabamos todos encargando pizzas por el canal de Whatsapp de cierta empresa de pizzas a domicilio, y al otro lado no hay un pizzero, sino un bot que nos entiende y responde amablemente. El futuro está a la vuelta de la esquina.

Como vemos, no estamos ni mucho menos al final del camino de la evolución. Nos queda mucho por andar y descubrir en el panorama digital.

Y todas estas hipotéticas revoluciones, se cumplan en mayor o menor medida, nos llevará a un panorama en la que la diversidad de dispositivos y formas de acceso a Internet seguirá creciendo, y en que los productos y servicios que ofrecerán las empresas serán más inteligentes, más rápidos y con mayor capacidad de transformar nuestras vidas. En las manos de nuestras organizaciones está que esta transformación sea en positivo.

La Transformación Digital: esa consecuencia necesaria

En algunos círculos profesionales, uno de los términos de moda en los últimos tiempos es el de “Transformación Digital”. Y es que esta etiqueta se ha convertido en una muletilla muy socorrida en las tertulias del café de media mañana.

El término se refiere al proceso que están sufriendo las empresas para adaptar su gama de productos y servicios a una realidad donde el usuario prefiere el canal digital en primera instancia. Junto con este término se suele acompañar otro, el de omnicanalidad, más grandilocuente si cabe. Y no es más que el fenómeno por el que están pasando estas mismas empresas, que ofrecen sus productos y servicios a través de múltiples canales y dispositivos, intentando que toda la experiencia sea coherente, eficiente y coordinada.

Digamos que con la llegada de Internet, se empezó a lidiar con los problemas de los múltiples canales: los canales físicos o presenciales (tiendas físicas, o llamadas telefónicas al número de atención al cliente) llevaban la voz cantante, mientras que el canal digital (la web, principalmente), era el hermano pobre y se limitaba a ser un escaparate más.

Con la llegada de los teléfonos móviles, el panorama empezó a complicarse: teníamos un escaparate más que gestionar, pero además, los usuarios demandaban más y más servicios a través del móvil: búsqueda en catálogos, compra de productos, promociones personalizadas, comentarios y valoraciones de otros usuarios o clientes… y sobre todo, una experiencia coherente: si un cliente ha realizado una acción en uno de sus canales (digamos, en la web), sus consecuencias deberían verse reflejadas en el resto de los canales (en la aplicación móvil o también en la tienda física).

El tercer estadío sería donde la empresa ofrece servicios donde el componente tecnológico es el factor diferencial, y además es capaz de ofrecer una experiencia única y coordinada entre todos los canales (ya sean físicos o digitales). Diríamos en este caso que la Transformación Digital ha llegado a buen puerto. Justo al revés de como se venía actuando hasta ahora, donde el canal digital simplemente intentaba replicar las experiencias tradicionales, pero dentro del marco de una pantalla.

Y este punto es en el que nos encontramos actualmente: es un reto para las compañías del siglo XXI gestionar esta transformación de forma ordenada, sin sucumbir ante el problema de tener distintos silos de información, de los que es difícil extraer y explotar su información, para poder ofrecer experiencias integradas y únicas.

Y según vislumbramos el futuro cercano, con una sociedad cada vez más digitalizada y con más dispositivos al alcance de los usuarios, la transformación digital y la omnicanalidad serán retos crecientes en cualquier organización que aspire a no quedarse en la segunda división.

Así que la próxima vez que te digan eso de “la única constante es el cambio”, no te conformes con asentir, sino que llegó el momento de transformar nuestras organizaciones y prepararlas para la próxima revolución digital.

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Decía Heráclito, el filósofo griego del siglo VI A.C., que “la única constante es el cambio”. Y es sorprendente ver cómo veinticinco siglos después, esta cita sigue más vigente que nunca.

Aquellos que vivimos inmersos en el mundo digital, ya sea como usuarios de la tecnología o protagonistas en primera línea, nos hemos acostumbrado a una vorágine continua, así que no tenemos la calma para mirar hacia atrás, tomar perspectiva, y analizar el camino que hemos recorrido en los últimos años.

Primera revolución: un ordenador en cada hogar.

BillGates.jpeg

Eso decía Bill Gates allá por los años 80. Y efectivamente podríamos decir que ese slogan marcó el inicio de una primera revolución. No es que aquí naciera la computación, ni mucho menos, si no que hasta este momento, la computación era un privilegio de las grandes corporaciones y universidades y sólo al alcance de unos pocos profesionales o académicos afortunados. Sin embargo, con la llegada de los ordenadores a los hogares, un nuevo panorama se estaba gestando: muchos niños (entre los que yo me encuentro), empezaron a juguetear con esos aparatos, y muchos adultos tuvieron su primer contacto con el mundo digital, a través de ese nuevo invitado con cara cuadrada y color fosforescente. La semilla ya estaba plantada.    

Segunda revolución: Internet

Durante la anterior etapa, los ordenadores hogareños actuaban como elementos aislados, capaces, como mucho, de recibir y enviar información a través de sus disqueteras. De hecho, no era raro ver el tráfico que disquetes, muchos de ellos plagados de virus, entre los chavales de la época. Sin embargo, durante los años 90 se gestó la siguiente gran revolución: las redes de telefonía servirían como autopistas de información para que esos ordenadores empezasen a intercambiar datos con otros ordenadores de otras partes del mundo. Primero datos en forma de texto simple, luego imagen, y más tarde formatos más avanzados como mapas, voz, video, etc. La capacidad transformadora de esta revolución ha sido tal, que se ha equiparado a la Revolución Industrial del siglo XIX. Nada sería igual a partir de ese momento.  

Mobile2.jpgTercera revolución: la movilidad

Y ya en la primera década del siglo XXI, nos encontramos con la tormenta perfecta: las computadoras se hacen cada vez más pequeñas, hasta el punto de ser capaces de integrarlas en un dispositivo del tamaño de la palma de nuestra mano, y las comunicaciones inalámbricas se hacen accesibles al gran público, permitiendo que cualquiera tenga hoy en día un pequeño ordenador de bolsillo conectado a Internet las 24 horas del día. Y cuando decimos “pequeño”, nos referimos a su tamaño físico, ya que un smartphone de última generación, multiplica por cientos de miles la potencia de cálculo del ordenador que llevó al hombre a la Luna.

Así que el ordenador deja de ser una herramienta para ciertas horas del día, sólo para algunas tareas, y pasa a ser una extensión de nuestro cuerpo, un “cuasi ciber implante”(aunque para algunos podríamos omitir el cuasi), que nos guía, aconseja y asiste en las tareas más cotidianas: comunicarnos, informarnos, guiarnos por la ciudad, adquirir productos y servicios...

Y estos smartphones están transformando, para bien o para mal, nuestras vidas, nuestra sociedad y la forma de relacionarnos con los demás.

¿Y qué podemos esperar del futuro?

Y ahora que hemos hecho nuestro ejercicio de retrospectiva, la pregunta obligada es: ¿y ahora qué? ¿qué nos depara el futuro a nosotros y a nuestros hijos? ¿cuál podría ser la próxima gran revolución digital que se nos viene encima?

Aunque la predicción del futuro es un ejercicio ciertamente arriesgado, vamos a atrevernos a dar algunas pinceladas de lo que parecen ser las tendencias digitales para los próximos años (o quizá meses, quien sabe), y vislumbrar las revoluciones que nos esperan:

  1. La revolución de la ultra movilidad: los dispositivos siguen haciéndose cada vez más pequeños, así que veremos ordenadores cada vez en más sitios: dispositivos portables (wearables) en forma de reloj, pulsera, integrados en la ropa, en los zapatos, etc. Quizá en el futuro no sea necesario llevar una pulsera que cuente nuestros pasos, sino que nuestras zapatillas de deporte ya incluyan ese hardware (y software).
  2. La revolución del realismo: tras las promesas de la realidad aumentada (que hemos podido ver resucitadas hace unos meses con el fenómeno Pokemon Go), parece que la realidad virtual está llegando a un punto de madurez. Ciertas industrias, como el sector inmobiliario, el ocio, la cultura, o la formación, donde es necesario vivir una experiencia envolvente y presencial para acceder a los servicios, esperan con los brazos abiertos esta revolución. La apuesta de Facebook comprando la empresa Oculus (y contratando a las mentes más brillantes del panorama tecnológico) puede interpretarse como un signo de ello: quizá en unos años la forma de interactuar con la tecnología no sea a través de botones y pantallas táctiles, sino moviéndonos por espacios virtuales.
  3. La revolución de la robotización: aparecerán ordenadores y automatismos “inteligentes” en aquellos espacios donde todavía no se haya producido ninguna transformación profunda: coches inteligentes, continuamente conectados a Internet, o incluso capaces de conducir de forma autónoma, drones que sobrevuelan nuestras ciudades vigilando el tráfico o repartiendo mercancías, terminales de autoservicio que nos atienden en los restaurantes, robots que limpian nuestra casa, intercambiando datos con otros dispositivos de nuestro hogar, televisiones inteligentes que responden a nuestra voz y son capaces de seguir (y también almacenar y analizar) nuestras conversaciones… lo que viene llamándose “el Internet de las cosas”. La robotización está en máximos históricos, hasta el punto que los políticos empiezan a preocuparse por quién pagará los impuestos en las próximas décadas, cuando la mayoría de los trabajadores sean robots (pista: parece que los robots también acabarán pagando sus impuestos, como buenos ciudadanos que son).
  4. La revolución de la inteligencia artificial: hasta ahora podríamos decir que los ordenadores estaban ocupados, en su mayor parte, en manipular y almacenar datos (siguiendo para ello un conjunto de instrucciones prefijadas): al fin y al cabo, una computadora no deja de ser una gran calculadora a la que se le ha dicho qué operaciones debe ir realizando en cada momento. Sin embargo, estamos llegando a un punto en que las promesas de la Inteligencia Artificial se empiezan a cumplir. La gran calculadora es capaz de decidir cuál es la mejor operación para cierta situación, y adaptarse continuamente según el contexto o la situación cambie. Disciplinas como el Deep Learning están consiguiendo que los ordenadores sean capaces de aprender de los propios datos que ellos (u otros ordenadores) generan, llegando a conclusiones que difícilmente la inteligencia humana podría haber llegado (y además, en una fracción del tiempo). Es tal el potencial de estas tecnologías, que gigantes como Google empiezan a anunciarse como empresas AI-first, incluyendo estas disciplinas como la base de sus planes de futuro. Por si fuera poco, en los últimos meses Facebook, Apple, Google y recientemente Microsoft, han iniciado una carrera por conquistar el terreno de los interfaces conversacionales, es decir: apps de mensajería, al estilo Whatsapp o Messenger, en los que al otro lado de la conversación no hay una persona, sino un sistema (bot, llamado en el argot) que es capaz de entender nuestros mensajes y responder de forma coherente. Que nadie se extrañe si acabamos todos encargando pizzas por el canal de Whatsapp de cierta empresa de pizzas a domicilio, y al otro lado no hay un pizzero, sino un bot que nos entiende y responde amablemente. El futuro está a la vuelta de la esquina.

Como vemos, no estamos ni mucho menos al final del camino de la evolución. Nos queda mucho por andar y descubrir en el panorama digital.

Y todas estas hipotéticas revoluciones, se cumplan en mayor o menor medida, nos llevará a un panorama en la que la diversidad de dispositivos y formas de acceso a Internet seguirá creciendo, y en que los productos y servicios que ofrecerán las empresas serán más inteligentes, más rápidos y con mayor capacidad de transformar nuestras vidas. En las manos de nuestras organizaciones está que esta transformación sea en positivo.

La Transformación Digital: esa consecuencia necesaria

En algunos círculos profesionales, uno de los términos de moda en los últimos tiempos es el de “Transformación Digital”. Y es que esta etiqueta se ha convertido en una muletilla muy socorrida en las tertulias del café de media mañana.

El término se refiere al proceso que están sufriendo las empresas para adaptar su gama de productos y servicios a una realidad donde el usuario prefiere el canal digital en primera instancia. Junto con este término se suele acompañar otro, el de omnicanalidad, más grandilocuente si cabe. Y no es más que el fenómeno por el que están pasando estas mismas empresas, que ofrecen sus productos y servicios a través de múltiples canales y dispositivos, intentando que toda la experiencia sea coherente, eficiente y coordinada.

Digamos que con la llegada de Internet, se empezó a lidiar con los problemas de los múltiples canales: los canales físicos o presenciales (tiendas físicas, o llamadas telefónicas al número de atención al cliente) llevaban la voz cantante, mientras que el canal digital (la web, principalmente), era el hermano pobre y se limitaba a ser un escaparate más.

Con la llegada de los teléfonos móviles, el panorama empezó a complicarse: teníamos un escaparate más que gestionar, pero además, los usuarios demandaban más y más servicios a través del móvil: búsqueda en catálogos, compra de productos, promociones personalizadas, comentarios y valoraciones de otros usuarios o clientes… y sobre todo, una experiencia coherente: si un cliente ha realizado una acción en uno de sus canales (digamos, en la web), sus consecuencias deberían verse reflejadas en el resto de los canales (en la aplicación móvil o también en la tienda física).

El tercer estadío sería donde la empresa ofrece servicios donde el componente tecnológico es el factor diferencial, y además es capaz de ofrecer una experiencia única y coordinada entre todos los canales (ya sean físicos o digitales). Diríamos en este caso que la Transformación Digital ha llegado a buen puerto. Justo al revés de como se venía actuando hasta ahora, donde el canal digital simplemente intentaba replicar las experiencias tradicionales, pero dentro del marco de una pantalla.

Y este punto es en el que nos encontramos actualmente: es un reto para las compañías del siglo XXI gestionar esta transformación de forma ordenada, sin sucumbir ante el problema de tener distintos silos de información, de los que es difícil extraer y explotar su información, para poder ofrecer experiencias integradas y únicas.

Y según vislumbramos el futuro cercano, con una sociedad cada vez más digitalizada y con más dispositivos al alcance de los usuarios, la transformación digital y la omnicanalidad serán retos crecientes en cualquier organización que aspire a no quedarse en la segunda división.

Así que la próxima vez que te digan eso de “la única constante es el cambio”, no te conformes con asentir, sino que llegó el momento de transformar nuestras organizaciones y prepararlas para la próxima revolución digital.

Veröffentlicht am
7. Februar 2017
Zuletzt aktualisiert
12. April 2019
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